¡Estas soledades desnudas, esqueléticas, de esta descarnada isla de Fuerteventura! ¡Este esqueleto de tierra, entrañas rocosas que surgieron del fondo de la mar, ruinas de volcanes; esta rojiza osamenta atormentada de sed! ¡Y qué hermosura! ¡Sí, hermosura!
Miguel de Unamuno. Durante su destierro en Fuerteventura. Marzo/Julio 1924.
La última nube aparecía sobre ese monumento natural que es Tindaya en el municipio de La Oliva, en Fuerteventura. Un viento leve la trasladaba hacia la zona de Tefía. Como queriendo conservar su húmeda consistencia, huía de los resecos llanos que llevaban reclamando su sombra y su agua durante toda la jornada. Su envergadura inicial, sin embargo, adelgazaba. Después de un breve tiempo, desaparecía. Evaporada, vencida, debió sucumbir al entorno ardiente que la acosaba. El cielo quedaba libre salvo por la flaca estela de un reactor que marcaba la bóveda celeste por breve tiempo.
En algunos días de verano, el calor abrasa tanto que justificaría un asesinato semejante al cometido por Meursault en El Extranjero de Camus. Pero la violencia humana es antagónica a este paisaje yermo. Azotada por un sol implacable que se arroja sobre el territorio desolado, la vida humana se expone al rigor de una tierra baldía por su esterilidad. Los propios elementos naturales son los que ejercen la violencia. Castigan con inclemencia este entorno, doblegando a todos aquellos que algún día osaron instalarse en él, albergando alguna posibilidad de progreso. No es extraño que nos topemos con escombros de lo que en el pasado fue algún caserío. Vestigios hoy, de algún esforzado pero malogrado proyecto agrícola o ganadero.
Esta tierra agrietada, pedregosa y teñida de un marrón uniforme ya no recuerda la última vez que el cielo le prestó agua con frecuencia continua. Aquí solo son capaces de subsistir diferentes ejemplares, no muchos, de cardones, tabaibas o aulagas, tan acostumbradas a la austeridad y a la frugalidad que cualquier signo de abundancia acabaría con sus vidas. Y sin embargo, este sensacional espacio desértico esconde potentes factores de seducción a quien sepa mirar. Su tremenda capacidad para evocar la quietud, la soledad y el sosiego son sus principales fortalezas, únicamente desbaratadas por el ruido que pueda imprimir otra presencia humana. Valores seguramente apreciados en exceso por el viajero que solo está de paso procedente de lugares donde aquéllos escasean en grado sumo, consecuencia de las servidumbres de lo que llaman progreso. Aquí, estas presuntas fortalezas son auténticas calamidades para aquellos que tienen que soportarlas pacientemente como un castigo divino, jornada tras jornada.
Cuando cae el sol, las escasas cumbres, descarnadas y erosionadas por el tiempo, comienzan a apagar su marrón. Las siluetas de sus sombras prolongan sus picos hacia Puerto del Rosario. Se estiran sobre el terreno caldeado proporcionando tregua a todo aquello que tenga la suerte de encontrar su vertical. El resto del territorio conservará aún la temperatura hasta que la noche aparezca como un jarro de agua tibia. El viento deja de ser áspero y se vuelve suave, también más rápido. Procedente del litoral más cercano, probablemente el de Los Molinos, es capaz de trasladar el salitre de la costa hasta los lugares más recónditos. La quietud y el sosiego se mezclan entonces con cierto nivel de desespero. También de algún grado de temor. La oscuridad tiende a augurar malos presagios en un escenario donde solo es posible distinguir las siluetas lechosas de las cumbres más cercanas. Pero el miedo es solo una cuestión cultural. La ausencia de contaminación lumínica permite que el firmamento se muestre con toda claridad y esplendor. Facultad devaluada en zonas supuestamente civilizadas que en este lugar lisiado por los elementos admite permanente contemplación. Se convierte así en el único elemento de orientación al tiempo que posibilita enjugar la soledad.
En la lejanía, como hacia el Valle de Santa Inés, brotan algunos puntos luminosos en la negrura. Sus pequeñas dimensiones proporcionan una idea de la distancia que nos separa y sirve para fijar posiciones. También para pensar en el accidente que suponen varios puntos luminosos acumulados en un mismo espacio. Proyectan la posibilidad de existencia de cierta vida humana organizada. Allí estarán sus moradores, protegidos de las inclemencias escuchando el silencio nocturno. Como todas las noches aguardarán la aurora para continuar en la mañana, muy temprano, intentando domeñar una tierra ingobernable. Destino inexorable de los que pueblan estas tierras que ni la propia administración local ha sabido mitigar.
Imagen 1: Hacia la costa de Los Molinos. Fuerteventura. E. Acosta
Imagen 2: Hacia La Oliva. Fuerteventura. Al fondo, a la izquierda, Tindaya. E. Acosta
Esta semana he estado en Fuerteventura. Curiosa coincidencia.
ResponderEliminarAprecio tu visión poética de la isla. Es un paisaje que te sobrecoge por su austeridad y que, debido a ello, resulta sumamente inspirador.
En esos parajes desolados, uno se pregunta como podrían sobrevivir los majos y luego los otros isleños en ausencia de lo superfluo.
Una gente recia que se fraguó en las dificultades y que ahora les ha caído una especie de maná petrolífero con el turismo de sol y playa. Esperemos que no les ocurra como a tantos y tantos países que han sucumbido a la riqueza temporal que surge en este mundo.
Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarSí, siempre me ha llamado la atención la capacidad de toda esa gente para adaptarse a unas condiciones naturales tan hostiles. ¿Cómo han podido hacerlo sin o muy poca ayuda particular o pública? Condiciones que terminan influenciando su carácter para bien y para mal.
Por otro lado, me parece que los espacios desérticos tienen una especial atracción. Son espacios descompuestos después de millones de años de acción erosiva. Me parece interesante pensar en lo que llegó a ser y lo que es en la actualidad. Al fin y al cabo Fuerteventura es la esencia de lo que serán el resto de islas dentro de otros tantos millones de años.
http://lacasademitia.es/2011/08/serie-verde-sensacional-desierto-por-el-oikos/
ResponderEliminarGracias por el comentario en tu página Chema, como siempre.
ResponderEliminarSí al paso que vamos provocaremos que todas las islas terminen como Fuerteventura desde el punto de vista medioambiental, acelerando los tiempos geológicos por la acción de políticas desarrollistas que solo benefician a una minoría selecta.
Sensacional desierto y sensacional escrito. He sentido el calor abrasador de ese entorno y también la tranquilidad de estar rodeado de ese inmenso territorio leyéndote.
ResponderEliminarSaludos
Gracias por el comentario....
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