Un paseo por la zona de expansión de Santa Cruz, Cabo Llanos, nos acerca a un panorama rectilíneo, cuadriculado, cartesiano. El nuevo “barrio” ha sido creado como un anatema densificado y con alturas desproporcionadas de Santa Cruz, atentando contra toda posibilidad de disfrutar de grandes espectáculos naturales como el macizo de Anaga o el horizonte marino. Y es que los geniales urbanistas que han ideado esta zona han preferido la bulimia constructiva en detrimento del romanticismo de lo sublime, echando por tierra el derecho a disfrutar del paisaje y del resto de la ciudad, fracturada por la presencia de la refinería petroquímica y la relativamente nueva Av 3 de mayo, convertida en un mero espacio de tránsito.

Especialmente dramática es la imagen que divisamos desde la autopista sur a la altura del polígono Costa Sur. De un lado la vetusta refinería, vestigio del Santa Cruz de antaño, con sus permanentes luces estrelladas, con sus grandes contenedores y sus altas chimeneas que expelen humo y mal olor. De otro lado, la nueva zona de Cabo Llanos, con sus grandes hitos arquitectónicos de factura enlatada como los dos rascacielos, el edificio del Corte Inglés o el Centro Comercial Meridiano y las curvas de logotipo y fanfarria que presentan el recinto ferial o el auditorio de Tenerife. Es una imagen de gran poderío puesto que nos muestra hasta qué punto conviven ambos desarrollos y cómo nuestro urbanismo carece de un norte definido. Nos indica cómo se aventura por la peligrosa senda de la ciudad difusa y segregada en pro de la rentabilidad económica, los réditos electorales y el resultado cómodo y rápido. Nos revela de un modo elocuente cómo la falta de cariño en la proyección trasciende la arquitectura y la falta de imaginación llena todos los ámbitos con horror.
La nueva zona de expansión pide a gritos la creación de lo que el arquitecto catalán Manuel de Solá-Morales llama metafóricamente “esquinas”. Esto es, espacios que faciliten la interacción y el encuentro entre las diferentes funciones de la ciudad, que estimulen la mezcla y la imbricación de los contrastes urbanos que exhibe Santa Cruz. Necesita de verdaderos lugares que garanticen la coincidencia y el conflicto entre los actores de la ciudad, frente al urbanismo de arquitecturas abstractas y aisladas que empieza a dominar el panorama santacrucero y que, a buen seguro, será una práctica común en el futuro si la economía y la planificación atropellada no dejan paso a la reflexión y al buen gusto.
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