viernes, 15 de mayo de 2015

Democracias


Especialmente en la esfera política, las elecciones se van reduciendo cada vez más a plebiscitos en los que el individuo puede expresar preferencia por una de las dos listas de políticos profesionales, y lo más que puede decirse es que se lo gobierna con su consentimiento. Pero los medios que se utilizan para producir este consentimiento son los de la sugestión y la manipulación y, junto con todo esto, las decisiones más fundamentales – las de política exterior que implican la paz y la guerra – las toman pequeños grupos que el ciudadano medio en general ni siquiera conoce.

Erich Fromm. Hagamos que prevalezca el hombre (1960). En Sobre la desobediencia. 1981 

En un reciente trabajo publicado en la revista Papeles, el sociólogo Rafael Díaz-Salazar aboga porque nos preguntemos si los sistemas democráticos vigentes en nuestras sociedades sirven para legitimar un orden social determinado (favorable a los intereses de una oligarquía económica y política), o, en cambio, para permitir cambios sociales dirigidos a mejorar las condiciones de vida de la gente. A partir de esa interesante pregunta diferencia tres tipologías de democracias que generan otros tantos proyectos políticos:

La democracia liberal capitalista y tecnocrática que identifica con una democracia en la que los políticos elegidos se centran en administrar el orden social existente. Ese orden social se basa en el mantenimiento de estrechas relaciones de connivencia entre los grupos mediáticos y económicos de la sociedad y los políticos elegidos por la ciudadanía. Podríamos decir que los Parlamentos se ocuparían solo de reproducir y extender ese orden social en detrimento de la ciudadanía. El segundo tipo de democracia es la que el autor denomina redistributiva. En ella se otorga un gran papel regulador al Estado. Persigue la redistribución de la riqueza y el desarrollo pleno de los servicios sociales. Esta modalidad proporciona gran importancia a las políticas fiscales progresivas y se sitúa en el centro de su andamiaje político la defensa del trabajador y los sindicatos.

El sociólogo denomina participativa al tercer tipo de democracia. Lo que la caracteriza es la radicalidad de sus bases democráticas y su particularidad fundamental es que aún es incipiente y, por tanto, estaría en proceso de construcción. Una sociedad civil potente con posibilidad y capacidad para la participación en los principales asuntos políticos que le afectan es su principal activo. También, su preocupación por los efectos medioambientales de la actividad económica, el papel que juega la mujer en las relaciones capitalistas, el sector de los cuidados, la economía cooperativa y social o todo lo relacionado con la autogestión. De la salud de los movimientos sociales y de la pujanza de una ciudadanía que desee y exija participar en las cuestiones políticas más importantes depende su impulso.

Simplificando, puesto que no existe un tipo de democracia en estado puro, podemos decir que la democracia liberal capitalista y tecnocrática es la que se ha instaurado en Occidente durante los últimos 35 años. Máxime en los actuales años de crisis, donde el sector que ha provocado la crisis económica es el que está saliendo fortalecido de la misma, logrando administrar unas estructuras sociales, económicas y políticas contrarias a los intereses de la mayoría. En cambio, la democracia redistributiva podríamos situarla en los llamados 30 años gloriosos del capitalismo. Aquella época que abarca desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta los primeros años 70.

Nótese que ni el primer tipo de democracia ni el segundo han roto con las bases originales del capitalismo: la propiedad privada sigue existiendo, la obtención del máximo beneficio continúa rigiendo las relaciones económicas, y el crecimiento económico es el fetiche exclusivo, a partir del cual, se toman todas las decisiones. En realidad, lo que hemos experimentado son diferentes modalidades de capitalismos, que han provocado sistemas democráticos con un orden social más o menos justo. Sin embargo, no se han logrado generalizar el bienestar, la justicia o un progreso humano más allá del concepto vacuo que le otorga la cultura occidental. La primera tipología de democracia ha facilitado el fortalecimiento de un sector privilegiado de individuos a costa de la explotación del resto, que es la gran mayoría. Y si bien la democracia redistributiva ha conseguido una mejora de las condiciones materiales de mucha gente en Occidente, ha sido en perjuicio de las posibilidades económicas y sociales de otros países o gracias a un deterioro medioambiental brutal.

En plena campaña, donde la maquinaria electoral de los partidos políticos hace auténticos equilibrios para negarse a sí mismos, parecer lo que no son o generar ilusión después de haber cultivado desolación, conviene que nos preguntemos por la capacidad de las propuestas políticas tradicionales para cambiar el orden social existente. ¿Qué tipo de democracia pretenden instaurar? ¿Intentan volver a un escenario de mayor redistribución de rentas sin cuestionar las profundas contradicciones que aquejan al capitalismo? ¿Persiguen el mantenimiento de los programas de austeridad impuestos desde las instituciones europeas y por tanto intensificar el saqueo? También es pertinente que nos preguntemos si los nuevos partidos, que han surgido al calor del malestar generado por las estructuras políticas tradicionales, son capaces de crear un cambio real en las reglas del juego bajo criterios de igualdad, justicia y solidaridad.

Pero sobre todo es importante que nos interrogemos a nosotros mismos como individuos si estamos dispuestos a luchar por un tipo de democracia diferente a las existentes en las últimas décadas. Es el ciudadano, y no otro, en cooperación con los demás, el elemento último capaz de construir su propia emancipación, superando y sometiendo a instituciones como el Estado o el Mercado. Díaz-Salazar nos dice que no basta con tener programas y organizaciones para el cambio social si no existen suficientes sujetos que desde la sociedad civil crean una nueva hegemonía cultural y apoyan masivamente a los movimientos sociales y a los partidos políticos que pretenden realizar los cambios sociales, económicos y políticos necesarios para el crecimiento de la igualdad, la libertad y la fraternidad republicanas.

¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?