martes, 23 de octubre de 2012

Crónica de un atraco perfecto


-Mañana vamos a aprobar...
Rehn, algo ensimismado, se da la vuelta para mirar la cara de De Guindos, y vuelve a escuchar de costado. 
-...la reforma del mercado laboral. Veréis que va a ser extremadamente, extremadamente, agresiva...
Rehn asiente con la cabeza
De Guindos prosigue:
-Usted sabe, va a tener un montón de flexibilidad en la negociación colectiva, reducimos los pagos por indemnización de despido, ya verá, ya verá, es una modificación real...
-Okay, eso sería estupendo. Muy bien.

Conversación entre De Guindos, Ministro de Economía español y Olli Rehn, comisario de Asuntos Económicos y Monetarios en la reunión del Eurogrupo del 09 de marzo de 2012. Pág. 178. 
Indecentes. Ernesto Ekaizer. 2012

Denunciar los efectos que las medidas de austeridad están ocasionando a los países de la UE, como ha hecho el FMI en su último informe, al mismo tiempo que es uno de los organismos internacionales más activos en promoverlas, es un ejercicio de cinismo absoluto. Una práctica solo comparable a la incapacidad que el FMI demostró para vislumbrar la crisis estructural que se avecinaba en el 2007. El informe Desempeño del FMI en el período previo a la crisis financiera y económica: la supervisión del FMI de 2004 a 2007 de la Oficina de Evaluación Independiente del organismo, publicado en el 2011, así lo demuestra. Recordemos que los rescates y las medidas de austeridad posteriores aplicados a Grecia, Portugal, Irlanda o España han sido promovidos por la denominada Troika que la forman el propio FMI, el BCE y la Comisión Europea.

En Indecentes, Crónica de un atraco perfecto, Ernesto Ekaizer, explica que el FMI estaba invalidado para detectar la irrupción de la presente crisis porque existe un paradigma económico que domina las redes de funcionamiento interno del organismo. Es el paradigma económico que tiene al mercado como institución máxima, capaz de asignar eficientemente los recursos de una economía, así como de generar unos precios de equilibrio que servirían de referencia. De ahí que sea la inflación la variable definitiva a controlar. Tanto que su control se ha convertido en un fin más que en un medio, obviando el deterioro de otros indicadores de la actividad económica en la tarea de pronosticar la irrupción de la crisis. Este paradigma económico es el que articula la corriente ortodoxa en la Ciencia Económica, para quien el sistema económico está siempre en equilibrio y cuando no lo está se reajustan automáticamente los precios para regresar al equilibrio. Cuanto mayor sea la libertad de funcionamiento del mercado, mayor será el bienestar que proporcionará. Un dogma que se ha extendido como una mancha de aceite no solo en organismos internacionales, también en el ámbito empresarial, en las academias de enseñanza y en la propia política.

Existieron y existen economistas que denunciaron la existencia de desequilibrios económicos que podían desembocar en una crisis sistémica de proporciones planetarias. Incluso dentro del FMI. También instituciones que ponían el acento en el riesgo que implicaba la relajación de las condiciones en la concesión de créditos, la ingeniería financiera, la financiarización de la economía, la desregulación a la libre circulación de capitales, el creciente aumento de las desigualdades, etc. Pero nadie, incluido el FMI, les hizo caso, prefirieron no escuchar y mirar para otro lado. Y este pensamiento endogámico, reacio a escuchar otras visiones y poco permeable a interpretaciones alternativas del comportamiento del sistema económico, se produce porque sus promotores y adeptos han obtenido y obtienen jugosos dividendos al mantenerlo. Ekaizer habla de los intereses creados. Cuando un conjunto de agentes se lucra al mantener un determinado escenario, no solo tendrán pocos incentivos en modificarlo, intentarán profundizar en ese estado de cosas y ocultar cualquier visión que suponga romper la inercia que les favorece. Ese grupo lo conforman los ganadores de esta crisis, los que la han causado y también los que la están manejando según sus necesidades.

En España también se silenciaron las visiones que auguraban la formación de una burbuja alrededor del sector inmobiliario y de la concesión de créditos. Las autoridades de los dos últimos gobiernos prefirieron ignorar las voces discrepantes y explotar los dividendos que en el corto plazo proporcionaba un sector inmobiliario en desmesurado crecimiento, nutrido por un flujo de crédito que provenía de las principales entidades financieras nacionales e internacionales. Con una economía creando empleo masivo, una recaudación fiscal que alimentaba un poderoso superávit público y un incremento de la riqueza patrimonial de muchas capas sociales, ni los políticos de turno, ni los reguladores, ni los bancos que proporcionaban el crédito iban a cortocircuitar esa inercia ganadora. Al contrario, crearon una entente cordiale que favorecía a todos. Otros serían los que sufrirían el deterioro ambiental de un modelo inmobiliario sin límites, unos precios de la vivienda sobrevalorados y una peligrosa dependencia de la economía española del crédito exterior.

Ekaizer realiza una certera crónica del contexto que ha propiciado y rodeado la presente crisis, desgranando interesantes declaraciones de los principales responsables políticos y económicos de nuestra sociedad en la última década. Desde la negación de la formación de la burbuja inmobiliaria por parte de Rodrigo Rato y Cristobal Montoro, por entonces Ministros de Economía y Hacienda, respectivamente, en la época de Aznar, a evitar cualquier alusión a los precios artificialmente altos de la vivienda por parte del gobernador del Banco de España, Jaime Caruana. Sin olvidar la carta que los inspectores del Banco de España remitieron a Pedro Solbes en su etapa de Ministro de Economía. Una carta donde se distanciaban del pronóstico complaciente que hacía Jaime Caruana de la situación económica española, y donde denunciaban su falta de voluntad para analizar y, en su caso, controlar el enorme flujo de crédito que concedían los bancos españoles alegremente. Más tarde, sobre todo en la segunda legislatura socialista, vendrían los interminables debates sobre si la economía española se estaba desacelerando. Controversias estériles que desembocaban en la negación de la crisis económica basada en una presunta fortaleza del sistema financiero español poco argumentada y mucho menos explicada.

En su crónica, el experiodista de El País y de Público, da cuenta de la posición crítica que mantenían determinadas figuras del panorama social de este país cuando no desempeñaban funciones políticas. Unas opiniones beligerantes con el contexto que se estaba creando (utilizadas por algunos como ariete contra el gobierno de turno), que sufrían un sorprendente proceso de transformación cuando aquéllos pasaban a ocupar puestos de gobierno en alguna institución política o económica. Miguel Sebastián, director de la Oficina Económica del gobierno de ZP y luego Ministro de Industria, era capaz de hablar de burbuja en el sector inmobiliario, allá por el año 2002, en un informe titulado Aproximación cuantitativa a la burbuja inmobiliaria. Miguel Ángel Fernández Ordoñez en su etapa de columnista económico, allá por el año 2002-03 y luego gobernador del Banco de España durante el gobierno de ZP, censuraba firmemente a aquellos que, como Rodrigo Rato, negaban la formación de tal burbuja. En esa época, MAFO ya advertía que el principal problema de la economía española era afrontar los excesos del sector de la construcción. Si conocían el estado de la economía española, sus deficiencias y desequilibrios, y eran capaces de vislumbrar por dónde evolucionaría ¿Por qué no hicieron nada cuando alcanzaron el poder?

¿Cuáles son las razones para que estas personas transformen y modifiquen sus opiniones cuando pasan a ocupar responsabilidades de prestigio en organismos públicos? Esas razones son similares a las indicadas al principio de este texto; la existencia de un paradigma económico dominante del que los responsables públicos no pueden sustraerse; la incapacidad para escuchar voces argumentadas discrepantes con la versión oficial; la presión que reciben de determinados lobbys favorables a una coyuntura de burbuja; los escasos incentivos para denunciar una situación económica que evolucionaría hacia el colapso, cuando se está en lo más alto de la onda expansiva del ciclo económico; la tendencia a mentir y no gobernar para la ciudadanía con honestidad cuando de lo que se trata es mantener el poder, etc. Este comportamiento produce la pérdida de legitimidad de las instituciones políticas y en consecuencia la correspondiente desafección de la ciudadanía.

Particularmente ilustrativo es el periodo que va desde la recepción por parte del gobierno español de la Carta que remitió el Banco Central Europeo, en el verano de 2011, hasta la modificación de la Constitución para introducir la denominada Regla de Oro del Déficit público a finales de agosto. A la postre el contenido de dicha carta (reforma laboral, liberalización de servicios públicos, limitación del déficit,…) ha demostrado ser la hoja de ruta de los dos partidos mayoritarios de España. Estos han revelado que están más interesados en seguir las directrices que vienen desde Europa que en salvaguardar las necesidades de los ciudadanos que les han votado. Una evidencia que, si continúan por esta senda, invalida al PP y al PSOE para sacar a España de forma democrática y justa de esta crisis.

La narración de Ekaizer no solo muestra que esta crisis es una estafa perpetrada por el sector bancario y permitida por la clase política, sino que la gestión que se está realizando de la misma es un fraude de mayores dimensiones. Tal actuación está poniendo en tela de juicio las instituciones democráticas, lo que muestra a las claras que lejos de gobernar para la ciudadanía, se gobierna para un grupo selecto de agentes. Son estos los que están marcando el paso en la deriva de esta crisis que dura ya media década.

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