jueves, 20 de diciembre de 2012

Desempleo; arma de destrucción masiva


…el aumento de la concentración empresarial podría ser un factor importante en el estancamiento de la demanda de mano de obra, ya que las empresas usan su creciente poder monopolístico para subir los precios sin que los beneficios repercutan en sus empleados. 


Cuando en el sistema económico mundial se abre una grieta como la iniciada en el 2008 con la implosión de las hipotecas subprime, las consecuencias personales e individuales de la misma pasan a un segundo plano. La quiebra de los cimientos del actual sistema económico se inició hace 4 décadas pero ocupa hoy las primeras planas de la prensa mundial. Queda poco espacio para hablar de su principal efecto, el drama del desempleo. Pero no nos referimos a la creciente cifra macroeconómica, que goza de un lugar preferente en los análisis más sesudos de cualquier publicación, profundizando la asepsia de un tipo de economía que solo mira a los números. Aludimos a la devastadora situación particular que está detrás del individuo desempleado. Sobre todo aquél que lleva meses intentando reinsertarse en el mercado laboral. Porque al final se trata de eso, de volver a integrarse en la sociedad a través de un trabajo digno como hace el delincuente cuando deja los barrotes.

La lucha diaria contra el desempleo solo la conoce el individuo en la soledad más profunda de su habitación. Un producto del sistema económico que hoy afecta a cualquier área de la economía sin importar la formación del individuo, su edad o su nacionalidad. Un síntoma claro de la gangrena que consume al Capitalismo.

En esa pugna cotidiana en busca de un empleo te agarras a lo que crees que sabes hacer. Pero eso ya no se vende, no se remunera o solo interesa a una minoría tan pequeña que su apoyo, siempre bienintencionado, termina por convertise en un acto de caridad. La rutina se apodera de tu comportamiento y el reto diario pasa a ser, no ya encontrar un trabajo, cualquier empleo, sino romper esa monotonía impuesta que se te pega cada mañana desde que abres los ojos.

Con el desempleo se expolia deliberadamente el presente de cada individuo y también lo que podría llegar a ser su futuro más inmediato. Sus ilusiones más íntimas, sus planes más anhelados, su vocación primera,...su propia sonrisa diaria. Es un verdadero torpedo en la línea de flotación de la persona; su confianza. Sus creencias más arraigadas, la seguridad en sí mismo, su propia esperanza, se apagan con el avance inexorable del tiempo. Comienzas a crear mecanismos mentales de defensa para resistir esa verborrea estéril que vomita la clase política y empresarial en cada informativo. Inútiles peroratas que solo persiguen una detonación controlada y espaciada de la fuerza social contenida dentro de cada individuo, abocado a engrosar las listas del desempleo. Con el tiempo ni haces caso a los informativos. Comienzas a entender que están tan desligados de tu realidad que ya no les escuchas. Tampoco a esa clase política, que es capaz de declarar que se está saliendo del agujero cada vez que el indicador de desempleo deja de crecer mínimamente entre anuncios de más expedientes de regulación, despidos masivos y ajustes de personal. Eufemismos con los que la política crea sus propios mecanismos esterilizadores que evitan personalizar.

El desempleo es la verdadera arma de destrucción masiva de nuestro tiempo. Un arma capaz de desarbolar la resistencia interna de la persona que lo sufre. También el aguante y el vigor de toda una sociedad. Un arma que infunde miedo. Por tanto, quiebra su entereza y su vitalidad para aceptar sin oposición cambios vitales en el mismísimo modelo de sociedad, que ya cuenta con graves carencias democráticas. 

Pensábamos que el trabajo iba a ser la fuente que proporcionaría empaque y personalidad a nuestro proyecto de vida y lo que han conseguido es que lo único que nos procure sea precariedad, malestar y subsistencia. Frente al rescate indiscriminado de los causantes de la quiebra económica y moral de esta estafa, quién les rescatará a ellos. Las huelgas ya no tienen el efecto social que antes conseguían. El miedo, la segmentación laboral, el desprestigio de los sindicatos y la ausencia de una comprensión común del drama son las razones. Quizás haya que buscar otras opciones más prácticas de protesta, acordes con una situación global que escapa al entendimiento.

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