domingo, 27 de julio de 2014

La pertinencia de la Economía Ecológica


El Ministerio de Industria, Energía y Turismo ha exigido a Repsol que garantice una cobertura de daños por valor de 60 millones de € en caso de que se produzca un accidente en cualquiera de los pozos frente a Lanzarote y Fuerteventura donde se efectuarán las perforaciones. Según ha trascendido, de esos 60 millones de €, 40 han sido cubiertos mediante un seguro de responsabilidad civil. El resto se han constituido mediante una garantía financiera destinada específicamente a cubrir las responsabilidades medioambientales que se determinen en caso de catástrofe natural.

También ha trascendido que de encontrar hidrocarburos, posibilidad que Repsol estima en un 19%, obtendría una facturación de entre 30.000 y 40.000 millones de dólares en una concesión minera a 20 años. De esa facturación, la compañía prevé obtener una rentabilidad final de entre un 10 y un 15%. Esto significa que la cobertura por daños exigida por el Ministerio a la compañía oscila solo entre el 0,20% y el 0,27% de la cifra estimada de facturación, o también, entre el 2,03% y el 2,70% de la rentabilidad final esperada en el escenario menos optimista del 10%. Si la rentabilidad final se eleva al escenario más optimista del 15% de la facturación, aquellas coberturas supondrían entre un 1,35% y un 1,80% de los beneficios estimados.

Dos enseñanzas claras se desprenden de este somero y rápido análisis realizado a partir de estas cifras previstas. La primera tiene que ver con la dimensión irrisoria que suponen las coberturas por daño ambiental respecto de la facturación o la rentabilidad previstas, de lo que se deduce que estas compañías poco o nada internalizan los costes derivados de un hipotético vertido tóxico. La segunda, es un corolario de la anterior y está relacionada con el escaso valor que proporcionan las grandes transnacionales al territorio donde operan (y los legisladores encargados de fijar las indemnizaciones), utilizándolo como un mero sumidero de residuos, una herramienta de usar y tirar que resulta barato degradar y derruir.

Lo lamentable de todo esto es que, con toda seguridad, esas coberturas por daño ambiental exigidas por el Ministerio, estarán conformes con el derecho ambiental vigente. Lo que a su vez nos muestra que la legislación que regula este tipo de actuaciones continúa siendo claramente insuficiente, no ya para prevenir accidentes en el medio natural donde operan este tipo de compañías, sino también para incentivar que estas organizaciones asuman una responsabilidad equilibrada con los rotos ambientales que provocan. Los casos del Prestige o la rotura de la balsa de residuos en Aznalcóllar así lo demuestran. Y es que contaminar sigue resultando muy barato y asequible para estas organizaciones. Bajo esta interpretación caben varias cuestiones ¿Es suficiente una cobertura de daños por importe de 60 millones de €? Es más ¿Tiene algún sentido proporcionar un valor monetario al medio natural y a los ecosistemas que nos rodean?

Este es, precisamente, el dilema que se articula alrededor de dos disciplinas de la economía, la Economía Ambiental y la Economía Ecológica. La primera, rama de la Ortodoxia económica imperante, considera los problemas ambientales como hechos fortuitos que ocurren muy de vez en cuando como consecuencia de fallos del mercado. La solución pasaría por cuantificar monetariamente las consecuencias negativas que acarrean a la sociedad y facilitar una transacción en el mercado. En este caso, se estimaría la cobertura de daños necesaria y en caso de que se produzca la contingencia, se produciría el intercambio que permitiría compensar económicamente a los sujetos afectados por los daños generados por la compañía. Bajo esta concepción, el medio ambiente es un subsistema enmarcado en otro mayor que es la economía. Así, los ecosistemas quedarían sometidos a los criterios de eficiencia, productividad, escala, consumo o producción que dominan el principal cuerpo teórico de la economía vigente. La economía impone sus reglas al medio natural donde se desenvuelve.

La Economía Ecológica cambia la perspectiva. Considera al medio natural y el territorio como el conjunto que contiene a la sociedad y esta a la economía. Bajo esta interpretación, los ecosistemas pasarían a ocupar el primer plano de la reflexión, añadiendo a los intercambios monetarios producidos dentro del subsistema económico, los flujos de energía y recursos extraídos o trasvasados desde el sistema natural para facilitar el comportamiento social y económico del ser humano. Esta disciplina parte de una concepción sistémica y abierta y considera que más allá de los valores de cambio expresados en términos monetarios en el mercado, existen restricciones ambientales cuya violación introduciría irreversibilidades imposibles de solucionar sobrepasados esos límites. De esta forma la sociedad y la economía quedarían bajo la esfera de las magnitudes físicas y biofísicas que rigen los ecosistemas. La economía pasaría a estar enmarcada dentro del medio ambiente y, por tanto, los criterios a tener en cuenta serían la capacidad de carga del territorio, el nivel de emisiones contaminantes, el volumen de residuos generados, la capacidad para reciclar y reutilizar esos residuos, el principio de precaución, etc.

Es la Economía Ambiental una visión parcial de la problemática ambiental que no supone ningún cuestionamiento del núcleo principal de la economía vigente. Forma parte de lo antiguo, de lo que debe terminar de caer e implica, en lo esencial, no cuestionar la concentración de poder existente, limitando así la democracia. La Economía Ecológica es abierta, multidimensional e integradora. Al considerar otras dimensiones de la realidad humana permite que los afectados por determinadas problemáticas formen parte de los procesos de toma de decisiones que juegan en su solución.

En lugar de establecer indemnizaciones por daños ambientales la Economía Ecológica reflexionaría si tiene sentido continuar extrayendo recursos limitados de la corteza terrestre. Apostaría por generar energía por medios renovables respetando los límites ambientales y limitaría los niveles de consumo actuales privilegiando la satisfacción de las necesidades humanas bajo criterios sostenibles. Esta es la visión que debe terminar de nacer definitivamente.

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