sábado, 7 de agosto de 2010

Serie Verde; El aire

     
“…Tu beso se hizo calor. Luego el calor, movimiento. Luego gota de sudor.
Que se hizo vapor, luego viento. Que en un rincón de La Rioja. Movió el aspa de un molino.
Mientras se pisaba el vino. Que bebió tu boca roja.”

Todo se transforma. Jorge Drexler. 2004

Cualquiera lo ha sentido en la cara. Una brisa que acaricia y mueve ínfimamente las mejillas. Cuesta creer que algo invisible pero presente, algo espontáneo y renovable sea capaz de poner en movimiento todo un entramado de elementos naturales sin el cual se perdería la mecánica de muchos ecosistemas. Esa ráfaga puede ser caliente cuando, a menudo, proviene de los lejanos y solitarios territorios del desierto del Sáhara para caldear todo un territorio de por sí abrasado en otro tiempo. O puede ser una ráfaga más fresca cuando proviene de la corriente marina, templando una costa bañada de sol. Es el aire o mejor, el viento, que es el aire cuando adquiere movimiento.

Para los amantes del kitesurf el viento puede adquirir diferentes calidades. Más concretamente la calidad hace referencia a su dureza o capacidad para propulsar la cometa. Qué ironía, algo tan liviano que puede ser duro o incluso “estar torcido” que es lo que ocurre según los windsurfistas cuando el viento viene racheado para impulsar la vela. También la arena de la costa, que se acumula en médanos o pequeñas dunas en lugares como el Parque Natural de las dunas de Corralejo (Fuerteventura), en Maspalomas (Gran Canaria) o en El Médano (Tenerife). El avance de las dunas es inversamente proporcional a su tamaño de modo que son las más pequeñas las que, gracias al viento, son capaces de alcanzar a las mayores, fusionándose y convirtiéndose en una sola, más grande, más lenta pero que sigue su rumbo hasta donde el viento dictamine a fuerza de isobaras.

En estos enclaves el viento forma parte esencial del ecosistema porque permite el viaje de distintas partículas como semillas, polen o feromonas de algunos animales que posibilitan su supervivencia o hasta su apareamiento. También es el viento el responsable de trasladar el vapor de agua, es decir, la humedad que servirá para proporcionar un toque refrescante al entorno natural de la costa. Al mismo tiempo las dunas se convierten en importantes reservas de arena para las playas anexas, formando un bucle cuya dinámica se explica porque todos los elementos cumplen una función específica. Obstaculizar la acción del viento de forma artificial o cualquier otro elemento del ecosistema supondría variar las condiciones de supervivencia del mismo.

En ese peregrinaje natural hacia cotas más altas, el viento de la costa se encuentra con otro fenómeno eólico, los alisios. En su ruta hacia las zonas ecuatoriales del planeta, los alisios dejan atrás las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Su orografía plana y erosionada no cuenta con la suficiente altura como para atraparles y obligarles a dejar, al menos, una gota de humedad en una superficie sedienta que bulle calor en sus entrañas. Sí se toparán con las medianías del resto de islas. Como una gran mole transparente, los alisios invaden las zonas situadas entre los 800 y 1.500 m. de altitud, provocando un manto blanco y extenso, el mar de nubes, ese otro horizonte artificial que se superpone al real. Es el efecto visual que crea la llamada inversión térmica de los alisios. En las capas inferiores de éstos se concentran las temperaturas más bajas. Al entrar en contacto con la superficie caliente de las islas se condensa formando ese mar blanco suspendido en el aire en aquellas zonas orientadas a los vientos dominantes. Un mar blanco que puede adoptar infinitas formas, desde una estructura plana y uniforme que emula una gran marea calma, hasta una disposición escalonada y heterogénea que aparenta una marejada erizada y brava.

La superficie privilegiada que es bañada por la humedad de los alisios en la franja mencionada gozará de las mejores condiciones climáticas para la agricultura e influirá en un ecosistema natural característico de algunas islas, la laurisilva. En La Gomera (Bosque del Cedro), Tenerife (Anaga), El Hierro (El Golfo) o en La Palma (Los Sauces), los vientos alisios envuelven la laurisilva regalándole el aporte de humedad necesaria para su existencia. Esta humedad da origen a una vegetación exuberante en las zonas más enfocadas hacia su influencia. Son los microclimas que se crean en algunas partes de las islas y que provocan zonas con ecosistemas de gran biodiversidad, cada uno de ellos adaptado a sus condiciones.

Sobre la capa superior de los alisios se sitúa otra masa de aire en movimiento, más seca y cálida, que proviene de las zonas ecuatoriales del planeta y que actúa de “muro de contención” evitando el ascenso orográfico de los alisios sobre la cota de los 1.500-1.800 m. Son los contraalisios. El aire en estas cotas es más transparente y limpio lo que permite observar un firmamento extremadamente nítido en La Palma a 2.421m (Roque de los Muchachos) o en Tenerife a 2.390m. (Izaña). Esta masa de aire cálido, al entrar en contacto con los vientos polares genera lluvias. Lluvias que se solidifican y se transforman en nieve cuando las temperaturas alcanzan la gradación más baja. Lluvia y nieve, único aporte de agua en unas cotas que presentan unos niveles de insolación de los más altos de España.

Y el viento seguirá su rumbo hacia ninguna parte, renovándose en un ciclo interminable y moviendo las aspas de los escasos molinos de viento que encuentre en su periplo y que exigen de su presencia para crear otro tipo de energía. De igual potencia que la energía fósil pero de diferente origen que solo la desidia de los políticos actuales y la presión del vetusto lobby del petróleo explica su exiguo apoyo institucional. Apoyo que permitiría un desarrollo económico sin lesionar el territorio que nos sustenta.

Foto 1: Parque Natural de las dunas de Corralejo. Fuerteventura.
Foto 2: Práctica del kitesurf en la playa de El Médano. Tenerife
Foto 3: Mar de nubes en el Valle de la Orotava. Tenerife. En http://www.webtenerife.com/

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