sábado, 18 de diciembre de 2010

Un progresismo de salón

              
Resulta tragicómico por no decir esperpéntico, ver a algunos políticos retirados de la primera línea política disertar acerca de las respuestas que se deben dar a la crisis actual. Es lo que han hecho esta semana los denominados líderes progresistas mundiales para buscar vías que contribuyan a luchar contra las que ellos consideran políticas del miedo. (Los líderes progresistas mundiales buscan vías para luchar contra las políticas del miedo. 14.12.2010. El País)

Los impulsores de esta reunión utilizan de forma muy amplia el concepto de progresismo, aunque en esta época de conceptos volubles no sorprende. En él cabe un político como Bill Clinton, quien en su mandato (1993-2001) contribuyó a desregular la economía a través de su brazo armado económico. Alan Greenspan (presidente de la FED entre 1987-2006) no dudó en fomentar la inventiva de las grandes firmas financieras en el proceso de creación de todo tipo de derivados financieros, uno de los factores comúnmente aceptados como desencadenante de la crisis. Pero además, los promotores del encuentro parecen olvidar que entre los dos grandes partidos políticos que se alternan en el poder en EE.UU. no hay rastro de grandes diferencias en lo relativo a las cuestiones fundamentales de su programa político, situados ideológicamente en el centro derecha. Resulta paradójico que se identifique al señor Bill Clinton con el progresismo. El sociólogo Werner Sombart explica muy bien por qué no se afianzó el Socialismo en el país americano en el clásico ¿Por qué no hay Socialismo en los Estados Unidos?, entre otras cosas porque la política norteamericana es un mercado de influencias y no una representación de ideales. La intrincada red clientelar fijada entre los dos partidos políticos es de una profundidad tal que hace prácticamente imposible el acceso al poder de cualquier otra formación que no sean los dos grandes partidos, el demócrata y el republicano. Identificar el progresismo con las políticas del partido Demócrata y en concreto con Bill Clinton, parece una licencia gratuita.

Equiparar con el progresismo a Felipe González también es una idea que como mínimo ha de ponerse en cuarentena. Las operaciones de privatización de empresas públicas comenzaron a ser importantes en España a partir del año 85, durante la primera legislatura del PSOE. Hacia ese año existían aproximadamente casi 1.000 empresas públicas. Más de 20 años después prácticamente todas ellas han sido cedidas al sector privado nacional o internacional mediante diferentes procesos de privatización. Un protagonista esencial en el proceso de vacíado del Estado fue, precisamente, Felipe Gonzalez. No digo que no fuera necesaria una reestructuración y reorganización del sector público empresarial español en aquel momento. La dictadura había aislado con gravedad a la economía española. Era preciso introdur criterios reales de rentabilidad dirigidos a modificar la mentalidad empresarial que existía en aquellos años, incluyendo principios de competitividad y apertura a mercados internacionales de cara a transformar un tejido empresarial cerrado sobre sí mismo. Era evidente que se necesitaba un sector económico más dinámico. Lo que digo es que identificar las estrategias de privatización como la panacea era y es incorrecto y tiene muy poco de progresista puesto que es una de las características de este tipo de globalización. Evidentemete la estrategia privatizadora no fue exclusiva de España, en toda Europa comenzaron a proliferar este tipo de comportamientos, independientemente del partido político en el poder y siguiendo la estela marcada por el gobierno conservador de M. Thatcher. El objetivo de entrar en Europa (esta Europa progresista y solidaria que se nos ha vendido pero que no resistiría un análisis riguroso de su cobertura social) aceleró el proceso privatizador. Era una vía segura de ingresos que posibilitaba el cumplimiento de dos de los criterios de Maastrich (Deuda pública por debajo del 60% del PNB y déficit público inferior al 3% del PNB). El gobierno de José María Aznar se ocupó de ello con gran efectividad justificando las privatizaciones de un modo tendencioso. Durante la época abundaron las declaraciones y los artículos sesgados desde el punto de vista ideológico, manteniendo argumentos tan generales como que; la privatización no es una tendencia neoliberal, sino una política económica necesaria para fortalecer al Estado al reorientar sus actividades hacia el bien común. El bien común consiste fundamentalmente en crear las condiciones de paz, justicia y libertad para que cada uno de los miembros de la sociedad realice sus aspiraciones personales (¿Para qué privatizar?. R. Papillón Olmedo. El País. 23.01.1997)

En la medida en que ha avanzado la globalización, en concreto este tipo de globalización que tiene como centro neurálgico al mercado, el poder de los estados se ha visto mermado de forma importante. La razón; las instituciones públicas se han confabulado para facilitar y abrir paso a la desregulación económica general. Paradójicamente, en ese proceso de desmantelamiento del poder del estado, la socialdemocracia ha tenido un papel fundamental. La falta de ideas renovadoras de la izquierda ante la caída del muro y la irrupción de la Tercera Vía facilitaron las medidas destinadas a contentar a los mercados; reducción de los impuestos a las clases altas, anulación de la propiedad estatal de las empresas públicas, facilitar la libre circulación de mercancías y capitales, férrea disciplina fiscal, reformas sucesivas del mercado laboral destinadas a abaratar el despido a precarizar el empleo y a reducir el poder de los sindicatos, etc. Precisamente todo esto es lo que está ocurriendo en la actualidad en España bajo el mandato de un partido de izquierdas. ¡Qué ejemplo de progresismo! El arma fundamental de los partidos socialdemócratas, el poder del Estado, ha sido neutralizado porque los propios partidos socialdemócratas lo han permitido conforme avanzaba la globalización.

Pero sobre todo a quién se le puede atribuir el mayor esfuerzo en el descrédito de las políticas de izquierda es a Tony Blair durante su década de gobierno en el Reino Unido. Como impulsor del credo de la Tercera Vía ideado por Anthony Giddens, contribuyó a que los partidos de izquierda abrazaran las políticas económicas practicadas por la derecha, basadas en la creencia fundamental de que el crecimiento económico era la principal variable a tener en cuenta y la herramienta principal para conseguirlo sería la liberalización de los mercados. Clive Hamilton lo explica con gran elocuencia en el capítulo 5 de su libro El fetiche del crecimiento. Tras la caída del muro de Berlín la izquierda quedó desestabilizada y no fue capaz de proponer una alternativa. Con el programa político de Blair, definitivamente dio el paso para difuminar las diferencias en política económica con los partidos conservadores. Al mismo tiempo los partidos socialdemócratas abandonaron las ideas de progreso basadas en la igualdad, la justicia social, la erradicación de las desigualdades de rentas entre los diferentes colectivos sociales, etc. Y es que hoy en día es más cierto que nunca eso que la sabiduría popular expresa diciendo que ya no hay ideologías, que la izquierda y la derecha son lo mismo.

Si los actuales partidos de izquierda quisieran recuperar su credibilidad y ser protagonistas en la salida de la actual situación económica, deberían recuperar la idea de progreso basada en la igualdad y la justicia social e incorporar a su ideario el ecologismo, abandonando la filosofía de que el progreso proviene de la innovación tecnológica, la acumulación de riqueza, el crecimiento económico a toda costa y la preeminencia del mercado sobre todas las cosas.

Desconozco qué tipo de reflexiones útiles sobre la necesidad de proporcionar una salida basada en políticas de izquierda a la actual coyuntura pueden emanar de un foro donde sus integrantes son responsables de la ignominia de los partidos de izquierda. Y en todo caso, si de ese cónclave ampliamente publicitado en los medios saliera alguna acción a seguir, alguna propuesta a poner en práctica o algún programa político a implantar, dudaría de su legitimidad.

Foto 1: ¿Por qué no hay Socialismo en EE.UU?. Werner Sombart.
Foto 2: El fetiche del crecimiento. Clive Hamilton.

3 comentarios:

  1. Los conservadores y liberales lo tienen claro: hay que detentar el poder como sea. Son los fieles servidores de la ortodoxia del único pensamiento que se divulga e impone.
    Frente a ello, lo cierto es que hay una necesidad de una nueva representación política que ampare una visión que fomente las necesarias acciones correctoras frente a las crecientes desigualdades y desatinos ambientales.
    Hace falta claramente una nueva ideología que desenmascare también y sin tapujos a la rendida socialdemocracia que ha claudicado completamente frente a los poderes económicos globalizados.
    El problema es que no hay quien recoja esa bandera con credibilidad ya que más allá de los partidos socialistas, lo único que hay es sectarismo y divisionismo.
    Seguramente hay algunos atisbos de esperanza. El problema es que no han logrado articular un discurso coherente y completamente creíble, ya que sus voceros e ideólogos suelen caer con demasiada facilidad en la demagogia.
    Quizás haya una mínima esperanza en el llamado ecosocialismo. De hecho, parece que los Verdes crecen en Alemania.

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  2. Te agradezco el comentario. Interesante reflexión.

    Yo creo que si hay formaciones políticas que están articulando un discurso político basado en la recuperación y el fortalecimiento de lo público, la defensa del territorio y de lo medioambiental, la necesidad de potenciar la participación pública del ciudadano y la exigencia de debatir en mejores condiciones democráticas los problemas que genera este progreso. Estas formaciones poseen una estructura reticular de cara al exterior y horizontal en su composición interna que las convierten en grupos innovadores. Todo ello a través de un trabajo desarrollado desde lo local que ha sido capaz de hacer propuestas muy pertinentes y necesarias adoptando una postura proactiva.

    Esas formaciones se están conformando a partir de movimientos sociales heterogéneos que no encuentran respuesta adecuada a sus demandas por parte de las actuales instituciones públicas. Es cierto que aún son formaciones políticas minoritarias y en proceso de construcción que deben mejorar su discurso político para llegar a más gente. Creo que para la mejora de ese discurso es necesario superar los discursos instalados en el no o en la negación, dotándolo de mayor retórica positiva, de más propuestas, haciendo un esfuerzo de pedagogía social. Equo a nivel nacional es un buen ejemplo. También Alternativa Sí se puede en Tenerife. Creo que son la verdadera alternativa que hay que apoyar frente al bipartidismo mayoritario, al nacionalismo que trata de acaparar poder arrimándose a quién más concesiones le realiza, a la socialdemocracia que abandonó la defensa del progreso abrazando políticas conservadoras.

    También hace falta que cada uno de nosotros, de forma individual, recuperemos nuestra capacidad crítica y reivindicativa. En estos tiempos en los que tanto unos como otros ofrecen lo mismo argumentando que no hay otra opción, es cuando debemos ser más valientes y no conformarnos.

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