martes, 11 de octubre de 2011

El buscavidas de Rossen; ¿Cabe una interpretación político-económica?


Sarah.- Tú sabes lo que es bueno para él.
Bert.- Ganar
Sarah.- ¿Para quién y por qué?
Bert.- ¿Qué es lo que mueve el mundo? El dinero y la gloria
Sarah.- Contesta mi primera pregunta. ¿Para quién?
Bert.- Hoy por mí, mañana para sí mismo.
Sarah.- No, contigo no hay mañana. Eres dueño de todos los mañanas porque los compras baratos hoy.
Bert.- Nadie tiene por qué vender.

The Hustler. Robert Rossen. 1961

En el mundo de la cinematografía hay pocos personajes que encarnan fielmente el capitalismo más agresivo y falto de moral como el personaje de Bert Gordon, interpretado por un George C. Scott magistral en El buscavidas (The Hustler. Robert Rossen. 1961) ese enorme film en blanco y negro por ambientación y estética, por temática, por interpretación. Falto de ética, hiper ambicioso, egoísta y cínico, con una escala de valores donde ganar ocupa la cúspide, sin importarle lo más mínimo los cadáveres que pueda dejar en su trayectoria hacia el triunfo, es una personaje que sabe moverse allí donde fluye el dinero. También hacer que los beneficios terminen de su lado, sobre todo si puede influir en los resultados.

Características que definen a un tipo que es la arquetípica encarnación de un capitalismo especulativo que busca generar dinero por el dinero y desde el dinero. Una dinámica de moda en estos tiempos de austeridad interesada mientras el sector financiero continúa haciendo su agosto. En una conversación memorable del film, Bert espera a Eddie Felson, representado por un magnífico Paul Newman, en una de las mesas del bar donde han estado jugando al poker. La espera de Bert es consciente, a visto jugar al billar a Eddie contra Fats Minnesota en Ames y ve en él una oportunidad de ganar dinero y no quiere perderla. Nuestro personaje, tiene que convencer previamente a Eddie de que para ganar no solo es suficiente con tener talento; cualquiera puede tener talento, yo tengo talento (everybody have got talent, I´ve got talent…), le espeta a Eddie desde el rincón del salón como si de un psicólogo se tratara. Lo difícil pero indispensable es conseguir desligarse de cualquier atadura moral y/o ética que pueda suponer un obstáculo para la victoria.

En el mundo del comisionista, lo que en última instancia es Bert, este requisito se denomina eufemísticamente, tener carácter (to have some character). Un requisito que no es baladí. Bert rige su existencia por sus posesiones materiales, seguramente obtenidas por hábiles apuestas donde ha sabido dejar a un lado cualquier conflicto moral o ético que haya podido afectarle en favor de la obtención de capital. En un momento de esta escena alardea ante Eddie de sus posesiones, la otra noche gané tanto como para pagar dos de esos... le comenta a Eddie a modo de garantía y aval de su buen hacer como buscador de rentas. También lo es su apariencia. La seguridad en sí mismo, su altanería, son marcas inequívocas de la casa. Reforzadas por sus impolutos trajes, siempre milimétricamente ajustados, le proporcionan un crédito solvente y son la mejor tarjeta de presentación de su capacidad para generar beneficios. No sorprende que el personaje beba leche cuando está trabajando. El alcohol te da una excusa para perder… le dice a Eddie en una nueva muestra de psicología paternalista. En último término, cuando se trata de especular, hay que estar perfectamente centrado y lúcido para tomar las decisiones más adecuadas y precisas. Lo que está en juego es la posibilidad de continuar acumulando capital.

Bert es un personaje moderno, encajaría en cualquiera de las agencias de calificación de riesgos de hoy en día. También como ejecutivo de esa gran banca recaptalizada reiteradamente con dinero público. Lugares donde prima la sabiduría y el conocimiento, desde luego, pero también la capacidad y/o habilidad que cada uno dispone para aparentar que sabe de lo que habla independientemente de que tenga o no idea. Hoy en día, en el mundo de la alta empresa hay que ser y parecer. Ya no basta únicamente con ser, hay que saber aparentar los procedimientos, las actitudes, frecuentar los lugares comunes de aquéllos que forman parte de esa casta de altos ejecutivos. Es vital tener las mismas opiniones de esos que te rodean porque así se puede ganar influencia. Y la influencia es poder. Desde luego Bert es un individuo solvente en su trabajo, lo parece y además es un tipo con influencia.

Bert sabe perfectamente que el dinero no conoce de sentimentalismos y para multiplicar la fortuna se requiere exiliar el más mínimo conato de sensiblería. Por eso es un personaje solitario, su círculo de influencia son peones al servicio de su propia estrategia de obtención de beneficios. En otra escena de la película Eddie le dice a Bert; Conoces a todo el mundo, ¿Verdad?. A todos los que pueden hacerme daño o ayudarme. Vale la pena. (You know everybody, don´t you?. Everybody who can hurt me or help me. It pays). Rodeado de matones y guardaespaldas que le protegen de la ira de sus víctimas y de la envidia de sus competidores, también de individuos que le alertan de las oportunidades de negocio, su entorno es una metáfora en celuloide pero adecuada de la gran trinidad del capitalismo mundial, el FMI, el BM y las agencias de calificación. Qué son, de lo contrario, las agencias de calificación sino meros instrumentos de evaluación de negocios mediante una valoración de los riesgos que apuntala los beneficios de los de siempre. Qué son sino elementos de presión de las finanzas internacionales, utilizadas hábilmente contra los países soberanos que osan regular su funcionamiento o se desvían del camino trazado por los fanáticos del dolor, en la acertada expresión de Paul Krugman. Y qué son el FMI y el BM sino las grandes palancas internacionales de expansión de la ideología capitalista a golpe de austeros planes de ajustes.

La falta de ética, la inmoralidad, la ausencia de consideración hacia todo aquello que no sea la acumulación de capital o hacia lo que no tenga un valor económico, son valores que están en la base de la ideología capitalista. Por eso el principal antagonista de Bert en The Hustler es el personaje femenino. La debilidad física de Sarah es sustituida por la contundencia de sus discursos, sus valores profundos, su pureza y sus sentimientos nobles hacia Eddie. No extraña que Bert choque con ella, es su antítesis y contra quien dirigirá su ofensiva más directa. En definitiva es quien puede hacer que su gran oportunidad de negocio naufrague porque Sarah supone un anclaje sentimental, un obstáculo para tener carácter, un muro que obstaculiza la acumulación de beneficios.

El magnífico desenlace del film deja un sabor agridulce y cabe una interpretación política-económica pesimista, no exenta de riesgo. Al sistema, corrupto por naturaleza porque la riqueza de unos se construye a costa del sufrimiento de los demás, no solo no es posible cambiarlo, quien ose modificarlo se verá abocado al ostracismo si carece de la influencia necesaria para tocar los resortes adecuados en los cenáculos del poder. Una metáfora de estos tiempos que nos ha tocado vivir donde el poder financiero, introducido hasta la mismísima cocina política, es capaz de influenciar y reorientar las políticas en su propio beneficio una vez más.

Eddie, el que osó poner en tela de juicio el poder omnímodo de Fats y por tanto la capacidad de acumular riqueza de Bert, metafóricamente el poder establecido, es el ganador moral. El dramático y último reto es planteado por un Eddie que ya no es el mismo que en el anterior encuentro. La desgraciada experiencia con Bert y el desenlace nefasto de Sarah han cargado a Eddie de infinitas razones para volver a retar al mejor jugador de billar y a su comisionista. Está cargado de carácter en la expresión eufemística de Bert por cuanto que ha perdido toda vinculación sentimental, incluso sus inseguridades y su patológica tendencia a la autocompasión. En esas circunstancias, Bert se sabe perdedor. Su cara al ver aparecer a Eddie en Ames, es de una expresividad absoluta.

Sin embargo, Eddie es el perdedor real y por tanto el gran perdedor del film. La prohibición de Bert, no volver a jugar en ningún billar de altos vuelos implica despojar a Eddie de lo que mueve su vida, quitarle lo que más ama y lo que da sentido a su existencia. Una argucia que garantiza a Bert seguir acumulando capital a través de la eliminación del único rival competitivo de su pupilo en el circuito. Eddie queda confinado al ostracismo. Una muestra inequívoca de que siempre gana quien maneja los resortes del poder.


Imagen 1: Eddie Felson y Bert Gordon. Los protagonistas
Imagen 2: Eddie y Bert en otro momento del film

2 comentarios:

  1. Enhorabuena. Un análisis brillante... Te lo digo yo, que suelo ver esta película una vez al año, más o menos (es mi película favorita).
    Saludos, Alberto

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  2. Gracias por tu comentario.

    Personalmente pienso que es una de las 10 mejores películas de la historia del cine. Lo que se dice pronto. Cada vez que la veo obtengo interpretaciones distintas y cosas nuevas. Y el elenco actoral es magistral.

    La reflexión del artículo intenta vincular el argumento de la película con el dominio de una casta de ejecutivos financieros especulativos responsables de la crisis y que han utilizado a la gente normal a su antojo y en su propio beneficio. Esa casta la veo representada en el personaje de George C. Scott en la película. Reconozco que es una reflexión no exenta de riesgo pero pertinente en un mundo, el nuestro, donde ganar o tener éxito se ha erigido como el valor máximo.

    Saludos

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