viernes, 26 de marzo de 2010

El barrio de Cabo LLanos, el triunfo de la desproporción urbanística


Un paseo por la zona de expansión de Santa Cruz, Cabo Llanos, nos acerca a un panorama rectilíneo, cuadriculado, cartesiano. El nuevo “barrio” ha sido creado como un anatema densificado y con alturas desproporcionadas de Santa Cruz, atentando contra toda posibilidad de disfrutar de grandes espectáculos naturales como el macizo de Anaga o el horizonte marino. Y es que los geniales urbanistas que han ideado esta zona han preferido la bulimia constructiva en detrimento del romanticismo de lo sublime, echando por tierra el derecho a disfrutar del paisaje y del resto de la ciudad, fracturada por la presencia de la refinería petroquímica y la relativamente nueva Av 3 de mayo, convertida en un mero espacio de tránsito.

El valor urbano de una zona no dimana de su magnitud, de su colosalismo, aunque sí es una opción rentable si se busca el resultado económico y electoral, objetivos claramente perseguidos en el proceso de gestación de esta zona. El deseo de hacer vida urbana por este lugar se convierte en una utopía puesto que es un espacio incapaz de garantizar unos mínimos elementos para la convivencia ciudadana, que es lo que define a un espacio como ciudad. Al contrario, lo que nos ofrece esta zona son espacios de esparcimiento donde se confunden intencionadamente ocio y consumo, diversión y gasto, y un conjunto de residencias y oficinas de trabajo que no son más que aberrantes cubos rectangulares cuyas ventanas dejan un paisaje de casillas iluminadas en la noche que ensalzan el individualismo frente al contacto por el que han optado los gestores de esta zona.

Especialmente dramática es la imagen que divisamos desde la autopista sur a la altura del polígono Costa Sur. De un lado la vetusta refinería, vestigio del Santa Cruz de antaño, con sus permanentes luces estrelladas, con sus grandes contenedores y sus altas chimeneas que expelen humo y mal olor. De otro lado, la nueva zona de Cabo Llanos, con sus grandes hitos arquitectónicos de factura enlatada como los dos rascacielos, el edificio del Corte Inglés o el Centro Comercial Meridiano y las curvas de logotipo y fanfarria que presentan el recinto ferial o el auditorio de Tenerife. Es una imagen de gran poderío puesto que nos muestra hasta qué punto conviven ambos desarrollos y cómo nuestro urbanismo carece de un norte definido. Nos indica cómo se aventura por la peligrosa senda de la ciudad difusa y segregada en pro de la rentabilidad económica, los réditos electorales y el resultado cómodo y rápido. Nos revela de un modo elocuente cómo la falta de cariño en la proyección trasciende la arquitectura y la falta de imaginación llena todos los ámbitos con horror.

La nueva zona de expansión pide a gritos la creación de lo que el arquitecto catalán Manuel de Solá-Morales llama metafóricamente “esquinas”. Esto es, espacios que faciliten la interacción y el encuentro entre las diferentes funciones de la ciudad, que estimulen la mezcla y la imbricación de los contrastes urbanos que exhibe Santa Cruz. Necesita de verdaderos lugares que garanticen la coincidencia y el conflicto entre los actores de la ciudad, frente al urbanismo de arquitecturas abstractas y aisladas que empieza a dominar el panorama santacrucero y que, a buen seguro, será una práctica común en el futuro si la economía y la planificación atropellada no dejan paso a la reflexión y al buen gusto.

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