’Uno cree haber dejado la isla. Uno nunca deja la isla’.
Samuel Beckett
Desde la autovía que acerca el sur de Tenerife ya sorprende la enorme y mística presencia de una montaña de evocadores tonos rojizos que pronto nos atrapa con su personal capacidad de atracción, con su osada geometría que desafía la quietud de la línea del horizonte, con su manifiesta intención de adentrarse en el Atlántico que besa su falda en un acto casi sexual.
Se trata de Montaña Roja, un cono de cinder desmantelado por la erosión y parcialmente cubierto por dunas y médanos que data del periodo Cuaternario. Pertenece a El Médano un pequeño pueblo considerado el paraíso del viento por las cinco mil personas que lo habitan, de las cuales dos mil quinientas son extranjeros y que está dentro del término municipal de Granadilla de Abona.
Encaramarse al lomo de esta tostada mole de 171 metros de altura no es complicado. Te recibe con hospitalidad, con naturalidad, sin agresividad y además te muestra al cabo de 30 minutos escasos de ascensión por qué domina con tanta elegancia el entorno que la circunda. Su encanto reside en la poesía que desprende su figura. Pequeña y sublime, separa y protege dos playas naturales como la del Confital hacia el noreste, que hace las delicias de los surfistas y la de la Tejita hacia la vertiente suroeste de la isla, salvaguardando a los nudistas de las miradas indiscretas.
Ella se sabe diminuta ante las dimensiones del gran padre Teide que la observa con recelo (por estar acostumbrado a captar todas las miradas del visitante) elevando su cono por encima del edificio de Las Cañadas al norte. Pero también conoce sus principales armas de seducción; su permanente tono bronceado, producto de un pacto natural con la estrella solar, las parciales dunas que jalonan su falda como consecuencia del persistente azote del viento que moldea su figura muy lentamente y la oportunidad de ver 40 km de la costa sur de Tenerife con total nitidez.
Como un amor a primera vista queda en tu memoria esta montaña que cambia su color con el crepúsculo de la tarde a modo de último elemento de fascinación que pone en juego para hacer más difícil aún la despedida. A medida que dejas atrás su estampa, musa de muchos pintores, subsiste en el corazón la incertidumbre de que logre sobrevivir con el paso de los años a la vorágine constructiva de la zona y a proyectos de puertos industriales de dudoso interés social, su principal enemigo hoy por hoy, que la cercan sin remedio por tierra y mar.
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